EL RAPTO DE ALDO ASTETE CUADRA por Luciano Benítez Leiva

13199417_10207707416257877_1394119352

La fecha que nos convoca no deja de ser curiosa. Noche de San Juan, dice Aldo y claro, es la tradición que lo ha acompañado durante su infancia y juventud, hay un afán de recuperación ahí. Yo como chico de ciudad, proveniente de una familia laica no me enteré mucho de esas cosas.

Luego, supe del solsticio de invierno, que acontece entre el 20 y 24 de junio y es considerado por muchos pueblos como el momento en que la materia (la tierra) y la energía (el cosmos) se fusionan, propiciando la regeneración de la vida y del tiempo, es decir, la renovación de la relación humana con la naturaleza. Wüñol Tripantü (mapuche), Inti Raimi (quechua), Willka Kuti (aymara) y Noche de San Juan (¿criolla?) son los nombres que toma este cambio de ciclo en función del cual sería ideal organizar nuestra vida, en lugar de seguir colonizados con los modos del hemisferio norte y su “año nuevo”.

De hecho, celebrar la noche de San Juan es efecto de la evangelización y la asimilación cultural, en gran parte demonizando las tradiciones indígenas desde la cultura popular, a través de diversos relatos cuyo protagonista, en muchos casos, es el diablo mismo. Dicen algunos que esta noche el cielo otorga una licencia a la tierra. Mientras San Juan duerme y se demora en llegar hasta acá, nos quedamos unas horas sin su protección, favoreciendo el despliegue de espíritus tanto benignos como malignos. Una noche cargada de oscuridad y misticismo, tiempo propicio para presentar un libro como el de Aldo.

Sí, sin duda es momento oportuno para un terror anclado en nuestra realidad. Porque justamente a eso apela El Rapto, una historia de espanto cuyo escenario es Demaihue, Paillaco. Terror local, a todas luces. ¿Pero cuando hablamos de este horror regional chilensis hablamos de terror lárico? Tal vez sí, tomando en cuenta que el lar tiene que ver con el “[…] orden inmemorial de las aldeas y los campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de siembras y cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses y los poemas» (Teillier, 1965).

Los ciclos de nuevo y, a propósito de San Juan, también las encrucijadas, pues se llamaba lares a los dioses romanos encargados de velar en ellas, así como en los recintos domésticos. Espíritus tutelares protectores de la casa y de la familia, luego, en el viaje que hacen las palabras a través de la historia quedó como denominación de “hogar”. Todo ello tiene mucho sentido en El Rapto, pues en él se protege un hogar, pero tal vez desde el otro lado se protege un sector del bosque, del campo, ¿un hogar arcano quizás?

Aldo, protagonista de El Rapto, intenta proteger a los suyos de los misterios presentes en este nuevo escenario al que arrastró a sus seres queridos. La instalación en el campo responde a una  búsqueda mítica del paraíso perdido, algo que todos hacemos en algún momento u otro, perseguir un espacio idílico para prosperar junto a nuestras familias, alejados de la demencia urbana. Dice el protagonista: “Jamás pensé verme envuelto en una situación similar, pero estos eran los costos de buscar la tranquilidad en el campo” (38), “la idea de venir al campo a vivir implicaba estas situaciones” (40). Está muy bien que el escenario sea este, local, regional, lo que sin duda es un aporte valioso al desarrollo del género en nuestro territorio. Los temporales, la lluvia que no amaina por semanas, el barro, la humedad y la niebla llegan para quedarse en las letras de terror chileno. Carlos Reyes, en el prólogo del libro nos habla del gótico chilensis, una tradición que tendría antecedentes en Juan Emar, Hugo Correa y Manuel rojas. Aunque yo echo de menos a Baldomero Lillo o a Horacio Quiroga, que como me enteré en la solapa del libro, también fue una influencia importante de Ana Oyanadel, cuyas ilustraciones juegan un rol importante en el libro.

Es curioso cómo con la madurez del género, en este espíritu localista, los antecedentes ya no sean tanto Lovecraft o Poe (que a pesar de todo están, cómo no) sino justamente Lillo, Quiroga y, por supuesto, Lautaro Yankas, que si bien no trabajó el terror propiamente tal, tiene una obra bastante emparentada con El Rapto: El Cazador de Pumas. Porque de eso se trata El Rapto, ya era hora de mencionarlo, de las andanzas de un animal feroz en el campo, de los peligros que significa y de los esfuerzos de Aldo por proteger a su familia, su hogar, y no perderse en el proceso.

Es fascinante, también, el modo en que este relato fue adquiriendo forma y cuerpo, en principio a través de estados de facebook que coqueteaban con la indeterminación de realidad y ficción, ejemplo de los modernos caminos que puede tener el desarrollo de una obra artística. Tuve la fortuna de ser parte de su evolución, leyendo en la red social las primeras andanzas (es decir, estados) de Aldo relativas a su nueva vida campesina, alejada de la urbe, una decisión de la que tendría que ir haciéndose cargo prontamente, arriesgando su cordura. Precisamente, el miedo a la locura es temprano en el relato, pues ya en el tercer capítulo el protagonista dice que los relatos de los vecinos respecto a la desaparición de animales le “había[n] envenenado la imaginación” (21). Este progresivo desarrollo de la paranoia y el juego con lo verídico nos hace temer, junto al protagonista, tanto por su salud mental como por su familia, que él jura proteger del misterioso animal que acecha este campo. Algo de ese juego verdad-ficción que algunos tuvimos la fortuna de leer al momento de los estados de facebook puede experimentarse por quienes no lo hicieron, a través de la coincidencia de nombres entre el protagonista de la novela y su autor.

Resulta curioso que El Rapto sea El Origen del Miedo, porque da la impresión que el protagonista venía de antes con predisposición a él, evidenciado en su afán de meter el dedo en la llaga, jugar con fuego y fundirse en el horror. El Miedo progresivo mantiene al lector en suspenso, lo que hace a El Rapto una lectura rápida, de extensión breve pero contundente. Se nota maduración en la carrera de Aldo Astete Cuadra, lo cual provoca una expectativa en cuanto a sus trabajos futuros, en los cuales sería interesante aproximarse a otras perspectivas, por ejemplo, a través de una mayor diversidad de narradores. Cuántas cosas que quedaron sin respuesta en El Rapto podrían ser relatadas, quizás, por José Luis o Héctor, o incluso por la pareja e hijos del protagonista. Y esto lo digo porque, subtitulándose como El Origen, puede que eventualmente tengamos ocasión de seguir leyendo sobre los misterios de Demaihue, cuando el autor madure más aún y su habitar en la localidad se consolide. Yo me pondré los bototos literarios para salir a embarrarme con él por sus campos narrativos.

Un comentario en “EL RAPTO DE ALDO ASTETE CUADRA por Luciano Benítez Leiva

Deja un comentario