La literatura fantástica en el fomento lector

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¿Qué elementos tiene el relato fantástico que lo hace tan incómodo, qué provoca en el pensamiento académico tradicional, que hace de su estudio una situación marginal y anecdótica? ¿Por qué existe tanta resistencia a una manera de contarnos historias tan antiguas como la misma humanidad? ¿Qué hace falta para que las lumbreras del fomento lector se den cuenta de que el relato fantástico es uno de los más populares entre alumnos de diversos grados?

El relato fantástico de corriente más oscura o macabra nos viene de un legado anglosajón que tuvo su cúspide en el siglo XIX en el periodo Romántico y a través del relato Gótico.     Fantasmas, seres oscuros traídos directamente del folclor de Europa Oriental, magia o brujería y hombres que comienzan a relacionarse con una ciencia que ya evidencia el peligro de los experimentos en la misma especie, son los nuevos temas que abordan autores de renombre o que quedarán para la posteridad de la literatura universal.

Hasta nuestros días nos llega con fuerza todo aquel ímpetu de hace cientos de años como si se tratara de relatos escritos hace décadas, Frankestein, Carmilla, Drácula, El doctor Yekill y Mister Hyde, Sherlok Holmes, Artur Gordom Pyn, Dorian Gray, etc.

También existe una corriente menos oscura, que podríamos denominar maravilloso y que se emparenta con el cuento de hadas y los relatos tradicionales cercanos a la fábula o al aprendizaje valórico de los niños y la juventud, si bien esta línea fantástica está más relacionada con la tradición alemana, en donde Hoffmann y su Hombre de arena es el mentor de autores posteriores y también de habla inglesa, podemos decir que sus libros y los mundos que se recrean en ellos están muy presentes en nuestro entorno cultural a través de relatos que recogen lo maravilloso, ese panteón que hoy se conoce como si se trataran de seres que interactúan con nosotros. Elfos, gnomos, hadas, orcos, trolls, dragones y por supuesto héroes invencibles. El señor de los anillos, Narnia y muy posterior Harry Potter.

Entonces, sí gran parte de lo que he mencionado en este listado de obras para nosotros es conocido, aunque en gran medida por el cine y su popularidad, pero que a pesar de ello, más de alguno de nosotros en algún momento ha leído a Poe, Conan Doyle, Stevenson, Verne, Wilde, Tolkien, Lewis y quizás a otros que no están acá mencionados, como Becquer, Maupassant, Quiroga, Borges, Cortázar y tantos otros que de algún modo se relacionan, emparentan o rozan estos géneros, como Kafka, Tolstoi, Rulfo, Vallejo y un largo etcétera que bien valdría la pena continuar conversando en otra ocasión.

En síntesis, sí todos estamos de acuerdo que tanto, personajes, obras y autores son de real importancia para nuestra cultura actual, ¿por qué se insiste en infravalorar la temática fantástica desdeñándola desde su estudio formal y de su inserción en el aula? (Salvo contadas excepciones)

Lovecraft ya menciona en su libro de ensayo El horror en la literatura que: «La emoción más antigua e intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo e intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido». Nos prefigura como seres que crecemos y nos desarrollamos con una emoción que es imposible extirpar de nuestro ADN humano, entonces, ¿por qué tendemos a invisibilizar aquello que nos es tan natural? Es cierto que mucho de lo que en estos relatos aparece tiene una raíz folclórica, de pueblos supersticiosos y tal vez, para nuestro concepto de cultura, “ignorantes”. Esa manera de representarse el mundo, su entorno más cercano, pervive en nosotros, aunque lo evitemos y no lo queramos reconocer, basta con que dejemos la urbanidad y regresemos a las soledades rurales en donde el tiempo transcurre de otro modo y la naturaleza por mínima que sea nos desborda en su avance y en su diversidad, para notar que nuestra brecha con la tradición no es tan ostentosa.

El relato fantástico alcanzó su cúspide justo en el periodo en que la humanidad estaba dando el paso hacia el racionalismo y positivismo, en el que la presunción de lo real debía ser comprobado a través del método científico, de lo contrario no era motivo de interés, por incomprensibles, por lo tanto inexistentes, la razón campeaba, pero oprimía la esencia del ser humano, esa creencia mítica en lo desconocido, ese miedo primigenio que no distingue entre eruditos e iletrados. Quedó demostrado, que el ser humano necesita de ese componente mágico, fantástico y macabro que nos lleva a desarrollar la imaginación y el gusto por conocer otras imaginaciones, tal vez más perfeccionadas a través del interés en la oralidad y lo oscuro. Hoy, en esta sociedad mundializada, en el que la información y los contenidos están a un “touch” de distancia, pareciera ser que intentamos volver a lo simple y exento de tecnología, en parte eso nos permite la literatura fantástica, acceder a mundos que no se rigen por nuestro modo cotidiano, en el que el retrofuturismo o la ausencia total de tecnología nos permiten volver a ser entes autónomos y felices. Un nuevo lenguaje que por su masividad y espectacularidad compite con la literatura, es el cine, sin embargo, éste ya nos da todo digerido, la literatura nos permite decidir sobre muchas formas de ver los hechos narrados, acomodarlos a nuestras experiencias previas, haciendo de la experiencia un significado que se arraiga en nuestro consciente y que podemos reflotar cuantas veces se quiera y, en ocasiones, cuando el significado es poderoso, aparece sin que lo deseemos.

Borges menciona en su reconocido prólogo para Crónicas marcianas de Ray Bradbury que: «toda literatura es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo “fantástico” o a lo “real”». Entonces no es menos válida nuestra literatura que aquella que pretende ser consciente, lógica, racional, que ensalza o denosta las cualidades humanas, ya sea mediante el relato, la obra dramática o la poesía. Acaso no es El Cuervo de Poe uno de los poemas más influyente de habla inglesa. Acaso no es Drácula el personaje más conocido de la literatura universal, pese a que muy pocos han leído sus intrincadas páginas epistolares.

La literatura fantástica debe estar presente en las aulas, profundamente tratada para que de su comprensión emerjan lectores ávidos de más fantasías y allanen el camino para quienes opten por la historia, la filosofía, las leyes y la liviandad de estos tiempos. Al final de la jornada lo que esperamos es que las personas/alumnos lean, que se identifiquen, que sueñen con lo simbólico. Lo importante será siempre la calidad de la literatura y no su género, su corriente o su origen, lo que deberíamos valorar es su calidad. La academia debe hacer un mea culpa o al menos una revisión, es necesario revindicar tanto autor y tanta obra miradas de soslayo, debe rescatar a nuestros autores nacionales con sus historias que ocurren en espacios similares a los que habitamos, con nuestras tradiciones y modos de pensar. Aquí se levantan enormes las figuras de Francisco Coloane, Manuel Rojas, Guillermo Blanco, Hugo Correa y tantos otros que nos han deleitado con nuestra propia fantasía, con nuestro particular sentir fantástico, uno aislado por los elementos y la geografía, pero que en fuerza e ímpetu no tiene nada que enviarle a las cumbres europeas o norteamericanas, debemos redescubrirnos.

Una vez hecha la expiación es posible que nuestra literatura crezca, se fortalezca y se masifique, aumentando así la cantidad de lectores ya no por moda, sino que por que sientan que hay historias que los representan y son capaces de hacerles mirar dentro de ellos y descubrir lo que se pretende desmentir de nuestra tradición y esencia. La literatura fantástica debe entrar en el aula para no salir jamás.

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