HEY… HEY… DESPIERTA…

11907006_10207163435262197_1107445215_oCuento escrito en colaboración con el escritor mexicano Aarón Hernández para el especial lovecraftiano de EL FOSO de Austrobórea Editores.

LA VOZ VENÍA de una dimensión lejana, tal vez de un extremo del túnel. Era insistente y él sólo pretendía continuar sumido en ese espacio intermedio entre el sueño y la vigilia. Un remezón lo sacó definitivamente de su modorra, estaba tendido sobre cuerpos de soldados muertos, se volteó y sintió como la lluvia golpeaba su rostro mostrándole de paso un cielo gris por las nubes de lluvia y por el humo. A su lado, con un fusil en sus manos y apoyado en una pared de tierra amarillenta un soldado de aspecto descuidado y mirada desencajada apretaba los dientes, lo miró furtivamente y le gritó.
«Cómo puedes quedarte tan fácilmente dormido cada vez que quieres, ni siquiera has sentido mis disparos y las explosiones»
Se arrodilló sin entender, intentó ponerse de pie, pero inmediatamente el soldado lo tomó de un brazo arrastrándolo hacia abajo.
«Qué, estás loco, despabila imbécil, somos los únicos vivos en esta trinchera, no me quiero quedar solo, ten toma tu fusil, demuestra actitud, ya seguirás durmiendo luego»
¿Luego de qué?, se preguntaba, hasta ese momento no había caído en cuenta de que se encontraba en medio de una batalla, en el fondo de una trinchera, con una enorme cantidad de cuerpos humanos que servían como suelo alfombrado, recién sintió las ráfagas de las balas al pasar sobre su cabeza, de los estallidos cercanos y lejanos.
«Contra quién peleamos» preguntó con miedo…
«Contra el enemigo Philiphe, contra esos malditos es que peleamos, pero no te preocupes, no tenemos nada qué hacer en este momento más que resguardar nuestros pellejos, pronto llegarán los aliados, nos sacarán de este agujero»


Pronto cesó la actividad, una calma inusitada se estableció en el campo de batalla, recién pudo incorporarse, siguiendo a su compañero, pisó sobre unas cabezas arrimadas a la pared y atisbó el horizonte regado de cuerpos en descomposición, de máquinas destruidas, de agujeros causados por los morteros, todo esto recortado con un gris que abarcaba cada objeto, cada detalle del paisaje, humo y lluvia. En la línea del horizonte podían verse descargas de relámpagos, furiosas y luminosas descargas.
«Se han marchado, hijos de puta… debemos salir de aquí»
Caminaron con dificultad por el suelo lodoso, llegaron hasta un terraplén que servía de barrera a un soldado empapado, los vio llegar.
«El resto se reagrupa allá, vayan » Señaló con la mirada en dirección a la jungla.
«Son órdenes» Dijo, ante la mirada perpleja de su compañero quien no se atrevió a cuestionar a su superior. Ya dentro, en la selva, fueron encontrando a los rezagados, algunos con heridas de batalla, todos se dirigían en silencio al campamento, estaban siendo repelidos. El enemigo se encontraba atrincherado del otro lado del inmenso barranco, ahora entre la maleza se sentían a salvo de la lluvia de artillería. Pronto la desesperante lentitud de las desbaratadas filas se vio rota ante una violenta emboscada, eran acribillados por todos los flancos con armas de grueso calibre, podía escuchar los impactos de las balas pegar de lleno en los cuerpos, así como distantes ordenes en un idioma extraño, habían caído en la trampa.
Su compañero, del cual nunca supo el nombre, caía de espaldas tras ser alcanzado por un proyectil, en su tímpano daba vueltas el silbido rasante y el desmembramiento de piel, hueso, cerebro hueso y piel tras la salida de la bala. Philiphe, el nombre con el que lo llamó su compañero, corrió hacia el barranco y se descolgó entre la maleza abrumadora.
Quedó en una saliente, luego el precipicio terminaba en un afilado cajón excavado por siglos de aguas rápidas en declive.
«Qué demonios estoy haciendo acá, no recuerdo nada, ni siquiera sé en qué guerra o entre qué países se está librando» Aún no salía de su reflexión cuando sintió a su lado pasar los proyectiles, lo habían visto, debía ponerse a resguardo, no quería morir en un lugar desconocido, necesitaba retomar sus recuerdos. Detrás de uno helechos, una oscuridad mayor que una simple sombra lo llevó a guardar alguna esperanza, se movió felinamente e ingresó por una pequeña abertura a una cueva, que estaba perfectamente iluminada. Podía ver sin dificultades, sabía que se había salvado de las balas, de la guerra, pero no tenía una buena corazonada con aquella cueva antinatural.
Lo seguirían, el grado de venganza de los enemigos ya había quedado en claro, por lo que decidió adentrarse sin prestarle atención a sus propios reparos «estoy perdido, qué más puedo hacer» se decía mientras comenzaba a bajar por unos peldaños naturales, irregulares. La luminosidad continuaba, emergía de las paredes y el cielo de la caverna, como si se filtrara luz de día por medio de tragaluces, sin embargo, no era capaz de identificarlos. Al bajar sintió un repugnante aroma que repletaba el ambiente, cuerpos corrompidos, pero algo más hacía del olor una sensación embriagante, algo vinagre. En otro momento y bajo otras circunstancias, tal vez, habría dado media vuelta y se habría entregado luchando por alguna causa, pero ahora no sabía nada, por lo que la única opción era continuar adelante por desventajosa que pareciera. Hasta el momento todo iba de mal en peor, pero asumía que como todo orden de cosas, en algún momento la tendencia predominante debía ceder y cambiar, en eso centraba todas sus esperanzas de a lo menos sobrevivir. Lo demás vendría después.
La caverna en la que se encontraba debía tener increíbles dimensiones, pues, perdió la noción del tiempo y no había detenido su andar. Intentó recordar cómo había llegado ahí, a esas circunstancias. Parecía por momentos llegar a algo, pero los recuerdos le eran elusivos, una poderosa barrera mental le impedía recordar cualquier cosa anterior a la batalla «como si hubieran ocultado mi memora» incluso su compañero de armas, abatido en la selva, le resultaba familiar y eso le inquietaba.
El monótono goteo de la cueva se vio interrumpido por el sonido de grandes explosiones afuera. Mientras más se internaba el hedor era más insoportable, comenzaba a afectarle. Hasta que llegó a un pasillo estrecho con huecos en las paredes. Aún dentro de lo que alguna vez fue roca viva era evidente que el lugar había sido deformado con algún propósito. Justo en ese momento escuchó voces acercándose hasta su posición. Aunque estaba agotado y el olor a muerte lo había debilitado, sus sentidos estaban al máximo, se coló por uno de los agujeros laterales; ahí la oscuridad era total y el aire estaba cargado de un aroma corrupto y agrio. Pudo escuchar los pasos resonar en el pasillo que acababa de abandonar. Conversaban, aunque no entendía nada, una de las voces le resultaba conocida, la otra, en cambio, le pareció extraña, como si su dueño sólo emitiera gruñidos y chasquidos. Se inclinó con la intención de permanecer en un punto donde pudiera verlos sin ser detectado. Al hacerlo chocó con un objeto de metal increíblemente frio… Gotas de un líquido viscoso cayeron sobre su nuca.
Palpó el objeto, era sin duda un catre, retiró la mano con violencia justo en el momento en que sus dedos se encontraron con una mano fría y crispada. Antes que pudiese reaccionar el cuarto se llenó de luz, pudo ver con horror un cuarto lleno de cadáveres sobre catres, alguien entraba al cuarto.
Solamente atinó a convertirse en un fiambre, no moverse, hasta cerró los ojos con esa infantil idea de que «si tú no lo ves, aquello tampoco podrá verte». Sin embargo, estaba alerta, sus oídos captaron nítidamente una risilla y estrépito, que terminó con la succión reiterada, un sorbeteo largo y líquido.
«Qué repugnante es verte comer demonio mal parido, todo sea porque la estabilidad se mantenga» oyó aquella voz que le resultaba familiar, y la respuesta fue un gruñido acompañado de siseos y más sorbeteos. Philiphe no pudo contenerse y entreabrió uno de sus ojos, le costó enfocar al hombre que se mantenía en la puerta de entrada mirando con asco hacia una montaña de cuerpos de soldados de ambos bandos, lo que fuera que hacía ese sonido no podía ser humano.
«Deja algo para los demás Fraksholus hijo de la gran puta, no seas goloso o tendré un problema para conseguir más cuerpos»
Inmediatamente cesó el desagradable sonido y nuevamente un estrépito. Lo que a continuación observó lo llevó a abrir grandemente los ojos y a contener las ganas de escapar. Algo similar a una escolopendra de dimensiones humanas se acercó de manera amenazante al hombre de la entrada, quien instintivamente dio varios pasos hacia atrás y arqueó su columna, aquel engendro se había levantado quedando de la misma estatura y lo que parecía una cabeza con tenazas se había puesto a escasos centímetros del rostro del hombre y emitió una serie de gruñidos y siseos que de seguro se trataban de un dialecto imposible. Luego se dio media vuelta cogió el cuerpo más cercano y comenzó a succionarlo, a engullirlo dejando solo la piel y el uniforme como un envoltorio de caramelo, para salir por la puerta seguido de aquel hombre que aún no lograba saber de quién se trataba. La luz se fue y aún aguardó unos minutos hasta estar seguro de que nadie más podría verlo u oírlo en su escapada.
Se lanzó frenéticamente al exterior, prefería probar suerte en la jungla infestada de asesinos que permanecer un instante más en aquella aberrante caverna de necrófagos. Sin embargo, no tardó en comprender que se había internado en una inmensa red de túneles que parecía prolongarse infinitamente. Sumada a la histeria Philiphe experimentaba una sed terrible, el sonido infame de la succión aún rechinaba en su interior.
Tenía que salir de ahí, no dejaba de pensar en ello. Pronto llegó a donde fluía un riachuelo subterráneo, súbitamente escuchó el rumor de pasos aproximarse, se alejó buscando un sitio donde ocultarse. A través de un pasillo pasó un hombre vestido de militar, escoltado por dos soldados que portaban armas de grueso calibre, pudo distinguir la letra G entre sus insignias.
Ahora todo aquel sistema subterráneo era un complejo militar donde sucedían cosas horribles. Llegó hasta una cámara vacía donde unos tubos transparentes transportaban un líquido desconocido a las profundidades de la tierra. Desde ahí descubrió un pasillo que manaba una profunda claridad, «tal vez sea una salida», pensó. Se dirigió con cautela, cuando estuvo cerca de la abertura resbaló sorpresivamente, había caído a un túnel que lo llevó a una fosa, un antro pestilente bombardeado por una luz fría y constante, donde miles de larvas negras y brillantes semejantes a las terribles criaturas necrófagas que vio en la cámara se alimentaban de cientos de cadáveres apilados y desfigurados, largas patas afiladas se abrían paso entre cuencas vacías y espaldas roídas hasta el cansancio. Incapaz de contener el vómito Philiphe retrocedió hasta que unas manos lo sujetaron con fuerza.
Era otro hombre, uno que se veía tan temeroso como él, brevemente le contó que había caído por un agujero en medio de la selva mientras escapaba de la emboscada, Llevaba horas en los túneles intentando encontrar una salida, había visto cosas horrendas que le era imposible reproducir, sólo quería salir de ahí. Llevaba un tiempo fijándose en él, siguiéndolo, hasta estar seguro de que no se trataba de ningún colaborador de aquellos hombres y demonios que poblaban el subsuelo de la jungla. Ahora sentía que las esperanzas volvían, ambos estaban armados, eran militares y podrían contra un enemigo distinto si es que se les presentaba la ocasión de pelear. Se llamaba Octavio y pertenecía a la cuarta división de artillería, tal vez el único sobreviviente.
Philiphe también adquirió algo de serenidad, ya no estaba solo contra el mundo, cuatro ojos y cuatro manos ven y disparan más que dos. Claro que este hombre, en nada le devolvía la memoria, aún sentía que lo que hacía en ese lugar era un absurdo, alguna mala pasada.
Caminaron guardándose las espaldas, seguían una dirección que ninguno recordaba haber tomado en el tiempo que llevaban al interior del sistema de cavernas. No hablaban, sin embargo, pensaban en los horrores que habían visto y en cómo procederían si se encontraban con alguna de aquellas entidades. No debieron esperar demasiado para que se les presentara un fraksholu, Philiphe apuntó su escopeta a la cabeza y disparó, no le dio, aquella bestia tenía reflejos veloces y al parecer una coraza que impedía que ingresaran las balas. De seguro tenían un punto débil, pero en aquel momento no podría encontrarlo. Disparó varias veces en su contra hasta que el alarido de su compañero lo sacó del ensimismamiento. Un fraksholu emergido desde la oscuridad había cogido al hombre que lo acompañaba y estaba azotándolo contra el suelo y una de las paredes. Decidió dispararle, pero ya era demasiado tarde, estaba muerto y era succionado, quedando la piel como envoltorio sobre el piso. Se le acercaron ambos engendros caminando con sus innumerables patas como un ciempiés gigante se levantaron como si de un par de cobras se tratara. Les disparó sin resultados, estaban muy cerca. Lo cogieron sin que él opusiera demasiada resistencia, a esas alturas ya poco importaba. Lo llevaron hasta una caverna de pequeñas dimensiones y lo pusieron sobre una mesa ritual. En ese momento llegó el militar que había visto antes, junto al fraksholu.
—Trátenlo con cuidado, nuestro sumo pontífice lo quiere vivo y cuerdo para sus propósitos —le habló con autoridad a las dos bestias, y dando media vuelta se marcharon.
Encadenado a la cama, Philipe comenzó a escuchar un murmullo, al principio inaudible, incluso pensó que se trataba de su nerviosismo, sin embargo, comenzó a hacerse más fuerte; era un eco, un sonido orgánico que se propagaba intermitente por la caverna. Aquel rumor provocó un malestar general en él, sentía como si miles de aguijones se clavaran en su piel, por otra parte, sus vísceras se agitaban frenéticamente, en su mente podía escuchar una serie de alaridos sin sentido que se repetían como una vibración que iniciaba por su columna y se prolongaba por todo el cuerpo entumiendo carne y huesos. Los alaridos tomaron consistencia, el primer atisbo de memoria llegó a Philipe donde se veía así mismo caminando en dirección a una torre palpitante, los pies descalzos en una tierra de tejido cubierta de gel abrasivo.
Abrió los ojos y encontró a un hombre mirándolo atentamente, acompañado del mismo militar.
—Son resistentes —dijo el militar.
—Son difíciles de matar, querrá decir —respondió el hombre—. Podría decirse que es un envoltorio de carne muy eficiente.
—Lo mejor que tenemos.
Philipe, incapaz de hablar por las oleadas de dolor, sintió las manos frías de aquel hombre inyectarle algo en la nuca.
—Las células de la madre son altamente resistentes —dijo el hombre, sacando la aguja de la piel—, este es un espécimen curioso.
—El único sobreviviente de la primera oleada —dijo el militar—. Pensábamos que ya no había uno solo allá fuera.
—No lo subestimen, incluso antes de su alumbramiento ha librado batallas, ha matado, ha…
El hombre se interrumpió al mirar los ojos abiertos de Philipe, inyectados en sangre, retrocedió unos pasos, con una mezcla de temor y fascinación en el rostro.
—¿Qué sucede? —preguntó el militar.
—Lo está escuchando —dijo el hombre—. Le está llamando y él lo escucha.
Philipe comenzó a moverse, intentaba soltarse, había algo en su interior que tomaba el control, no algo distinto a él, sino que una novedad para sus exiguas horas en esta realidad que aún no comprendía del todo. Ese algo bregaba por librarse e ir en busca de aquella voz, de la llamada que le permitiría entender, ser, lo que debía ser. Entonces Philipe se dejó llevar, entregó el control de su otro yo o tal vez, de otro de sus otros tantos yo, a esas alturas nada más quería estar a solas, desaparecer, no sufrir; y sabía que entregando el control a esta personalidad que emergía sería todo bastante más fácil y llevadero.
Los hombres se quedaron mudos, nunca habían visto a uno de los dídimos cobrar fuerza, ninguno había llegado muy lejos después de atravesar la Torre de Carne, todos habían perecido ante la indecisión, no supieron encontrar el camino o simplemente no alcanzaron. Esta es una lucha inconsciente, pero descarnada por ser el Dídimo de Thikomtli Naar el oscuro, el protegido de «Aquel que se niega a ver las estrellas» hijo de la sacerdotisa mayor, de la madre Josefa, la paridora infernal, la intérprete de «los rituales rojos». Por fin estaba con ellos, pero así como aquello parecía una anomalía, su comportamiento también estaba fuera de toda lógica.
Un sonido de huesos acomodándose, rozándose fue seguido de gemidos bajos por parte de Philipe, su cuerpo comenzó a tornarse oscuro a medida que sus dimensiones cambiaban. Los hombres retrocedieron algo más, uno de ellos, el de mirada oscura le espetó al militar:
—Es tiempo de dejar que Dídimo encuentre su camino, debemos liberarlo.
—Lo sé, pero no viviremos para contarlo, es mejor que dejemos que este demonio se libere solo, de lo contrario no seremos más útiles para El Oscuro.
—Tal vez ya dejamos de ser importantes, quizás este sea nuestro momento de decrecer, de menguar, este es el momento de Aquel que fue capaz de sortear todo cuanto los demás solo consiguieron atisbar. Nuestro mundo está cambiando, y lo hará más a partir de ahora.
Mientras tanto Philipe o en lo que se había convertido, en silencio pugnaba por soltarse, de pronto se quedó quieto, bajó en algo su cabeza para concentrarse y todo explotó, levantándose una densa humareda que olía a carne quemada. Los dos hombres habían escapado como en tantas otras ocasiones lo habían hecho a lo largo de la historia.
En su mente deambulaban imágenes inconexas, debía reconstruirlas, una serenidad y una sensación y voluntad de poder se habían apoderado de sus actos, pese a que sus emociones más íntimas continuaban igual de atribuladas a la espera de conseguir respuestas, las que de seguro venían de aquella llamada poderosa que sentía en su interior. Debía abandonar ese lugar, ese sistema de laberintos ir hasta donde nadie más podría ir sin ser víctima de su propia osadía.
Philipe se vio inmerso en una oscuridad latente, viva. Atrapado en un tejido intangible la voz usa un nombre impronunciable que Philipe reconoce inmediatamente como el suyo, su nombre original. Trata de repetirlo, su boca no es para ello, hasta que se disuelve la forma y se ve así mismo desnudo, ya no están sus piernas, ni sus brazos, la carne había caído al abismo.
—El sueño termina —dice una voz y la oscuridad se tiñe de un matiz rojizo, para volverse negra.
Despierta el vástago, dentro del sueño del Oscuro, comprende que es el momento. El hombre y el militar pudieron contemplar, en su horror, el despertar absoluto del Ser que se materializaba a gran velocidad, la podredumbre fue adoptando forma, complejos sistemas uno sobre el otro, hasta que finalmente estuvo frente a ellos, viéndolos a través de incontables espacios.
Los hombres, fulminados por la radiante entidad se volvieron polvo en el acto. Ahora sabía a donde ir, caminó los pasillos que minutos antes habían sido una pesadilla, llegó hasta el exterior, donde aún se combatía a lo lejos. El cielo se volvió aún más turbio, el sonido atronador de la artillería era opacado por el ruido que desencadena con tan sólo caminar y corromper el suelo que pisaba.

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