Cada vez que se abría el portón al final del pasaje, el híbrido entre bóxer y pitbull, salía disparado hacia los sauces que se encontraban a 300 metros del otro lado. Iba y regresaba a toda velocidad, sin ladrar ni distraerse con nada. En ocasiones, el portón permanecía abierto y el perro podía repetir esta conducta un par de veces.

A media cuadra, en una casa derruida, vivía un anciano loco. Primero fue acumulador, luego modificó esa conducta, tal vez encontró algo, pues pasó de los objetos a los gatos, llegando a tener centenares de ellos. Cada cierto tiempo, la población felina parecía autorregularse y descendía incluso hasta llegar al exterminio completo. ¿Cómo ocurría esto, dónde se iban los cuerpos?, nadie lo sabía, en realidad, a nadie le importaba. Solo algunos niños fantaseaban con historias de canibalismo, deformidades y enfermedades felinas. Era posible ver a los gatos sobre los árboles, en desmedro de los pájaros que habían desaparecido de los alrededores.

El amo del perro, era un hombre de mal carácter, que no tenía mayor relación con los vecinos, menos con el Diógenes y sus gatos. Se jactaba de ser independiente, valeroso, autosuficiente. Su familia aparecía rara vez por el pasaje, generalmente solo se les podía ver al interior del automóvil cuando salían por el portón del final del pasaje. De este modo, solo perro y amo se relacionaban, si es que así podemos llamarle a la apatía que ambos sentían por su entorno.

Un día soleado, en el que debieron trinar gorriones, pero solo se oía el maullar de los gatos, el portón eléctrico fue abriéndose lentamente y desde el interior emergió como un rayo el híbrido, su pelaje corto resplandecía, mientras su musculatura rebotaba. Dos gatos estaban distraídos, persiguiéndose en un juego juvenil, no vieron que venía el perro que instintivamente aplastó a uno con sus patas delanteras mientras que al otro era atrapado, muriendo por un mordisco imposible de deshacer. Toda esta escena ocurrió en segundos, luego el perro continuó su carrera ritual hasta los sauces. Al regresar por fuera de la casa del anciano, una cuchillada artera cortó el lomo del animal, que continuó su alocada carrera sin resentir en demasía la herida que había abierto una larga y profunda grieta en la musculatura. El anciano había visto lo ocurrido con sus gatos, decidiendo cobrar inmediata venganza. Los gatos eran fundamentales para su supervivencia, dos menos era un costo alto que alguien debía pagar.

Al llegar al interior, en su jardín, el amo del híbrido, que nada había visto, acarició su lomo sintiendo el calor del líquido que cubría la palma de su mano, al mirar con detenimiento, vio cómo la sangre manaba profusamente goteando espesamente sobre la hierba. Inmediatamente rehízo el cuadro, más aún cuando al mirar, vio al anciano que en una de sus manos conservaba el cuchillo ensangrentado. Una ira jamás vivida hizo erupción en su interior, y caminó juntando en cada paso un odio indescriptible hacia el anciano y sus gatos. El viejo captó lo que ocurriría y rápidamente ingresó en su propiedad, cerró la cerca y entró en su casa cerrando tras de sí la puerta, en el preciso momento en que el portón era zarandeado de manera violenta y oía las voces que se dirigían a él.

—Maldito loco, sal de ahí, da la cara… si no sales de inmediato entraré y te mataré sin pensarlo…

En todo este breve tiempo, los gatos de los árboles y del tejado, mudos observadores, estaban tomando parte y mantenían una especie de gruñido masivo, alertando a hombre y perro a mantener su distancia. Estas advertencias fueron ignoradas y el hombre ingresó saltando la cerca, el perro imitó a su amo. Gatos desde todas direcciones saltaron sobre los intrusos produciéndose una confusa refriega de zarpazos, dentelladas, golpes, chillidos y gruñidos que fueron dejando un lamentable resultado de felinos muertos y mal heridos. El anciano gritaba desesperado, sin poder evitar que los gatos continuaran sacrificándose. El hombre de mal carácter intuyó que lo más sensato sería ingresar tras el viejo, y derribó la puerta de una sola patada. Un olor nauseabundo emergió golpeándolo como si de un escopetazo se tratara, retrocedió entre maullidos. Lo nauseabundo del hedor consiguió establecer una barrera que impidió que hombre y perro ingresaran, sin embargo, al interior, una especie de oscuridad extrema mostraba pequeñas luces de diversos colores que fueron figurándose como ojos que desde diversas posiciones miraban hacia la puerta.

El perro, en una reacción insólita, pues no obedeció al hombre que ya había cambiado su actitud de odio a indecisión y miedo, ingresó decidido a atacar y cobrar su propia venganza, pero fue absorbido por la oscuridad, un gimoteo y un alarido fue lo último que el hombre oyó antes de que un sonido como el de una cascada con ecos metálicos repletara el ambiente. Entonces, entre los ojillos de los gatos, dos pupilas anaranjadas de un tamaño superior emergió, se movían de manera vertical mientras un sonido de deglución acompasado seguía ese movimiento, de pronto, movimiento y deglución acabaron al mismo tiempo, y esos ojos parpadearon. Los gatos comenzaron a salir espantados, pasaban por entre las piernas del hombre que paralizado veía como todo cobraba un aspecto amenazador para él, retrocedió lentamente, mientras los ojos avanzaban y se hacían más grandes y luminosos, tanto que consiguieron perfilar un rostro de pesadilla.  En ese momento, el anciano se interpuso, apareciendo en el umbral de la puerta diciendo.

—Ves lo que has conseguido, ya no podrás vivir tranquilo y espero que guardes el secreto, o iremos por ti y los tuyos por la noche, sobre todo ahora, que él ha probado una nueva carne, ahora que has llamado su atención.

El hombre de mal carácter dio media vuelta, saltó el cerco y se fue a casa. Minutos más tarde salía el vehículo con el hombre y su familia a toda velocidad para no regresar.

Ahora los gatos viven en su casa, los vecinos han ido mudándose pues hay un hedor que infesta el barrio. Los gatos y el anciano han sido vistos por las noches merodeando las casas del pasaje. Nadie ha logrado explicar la desaparición paulatina de los perros, sin embargo, los niños fantasean con la figura de un ser que se alimenta de las mascotas desaparecidas. Algunos aventuran que a continuación serán ellos quienes desaparezcan, cuando ya no haya perros en el barrio.

Ilustración de Luis Castro

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