Ramón fue en un principio el amor que tanto esperé, jamás pude adivinar que cambiaría con el pasar del tiempo.
Tuve el matrimonio deseado. Vestida de blanco ante el altar respondí con un sí rotundo y con la ilusión de cumplir con nuestros sueños. No obstante, el tiempo se encargó de desnudar la verdadera esencia de nuestro amor. La rutina resultó un tedio imposible. Ramón descuidó completamente su vida, no buscaba trabajo y su apatía impedía cualquier oferta laboral. En mi familia se comenzó a criticar abiertamente esta situación y nadie veía con buenos ojos que yo fuese el sustento económico de mi esposo. Todos exigían un mejor porvenir.
Con el tiempo, sus vicios y salidas con amigos se acrecentaron, minando nuestra relación. Era imposible hablar de este tema sin que concluyéramos con sus gritos y mis llantos.
Luego de dos años de matrimonio, tomé la difícil decisión de terminar con Ramón. Él, sorprendido con mi determinación respondió violentamente empujándome, mas cuando estaba a punto de golpearme, gritó con fuerzas, se llevó las manos al rostro y lloró desconsoladamente por unos minutos. Intenté escapar, pero Ramón me detuvo prometiendo suicidarse, era la primera vez que lo hacía, y arrodillado imploró mi perdón, jurando cambiar.
Decidí perdonarlo, no sé si por miedo o por el compromiso que aún sentía por nuestra relación, pero lo hice y a partir de ese día las cosas mejoraron. Ramón encontró trabajo en un supermercado cercano. Al parecer el hombre de quién me enamoré, volvía a ser el mismo. Sin embargo, luego de unos meses, la esperanza y la ilusión terminaron de golpe. Ramón, comenzó a llegar tarde, con hálito alcohólico y actitudes violentas, había vuelto a sus andadas. Pronto me enteré de rumores que lo comprometían con cajeras del supermercado, y cuando la situación se hacía insostenible, una demanda de paternidad sentenció el quiebre definitivo de nuestro matrimonio, por lo menos hasta ese momento. Esta vez, ante la certeza de la separación definitiva, Ramón atentó contra su vida cortando profundamente sus venas.
Después de su estadía en la unidad de cuidados intensivos, decidí perdonarle una vez más. Mi consciencia me impedía pensar claramente y ese sentimiento de culpabilidad fue precisamente lo que él quiso provocar en mí. Después de eso, nunca volví a ser la misma.
Los hijos no estaban en mis planes y ya me había acostumbrado a la idea de no tenerlos. Siempre supuse que uno de nosotros arrastraba algún problema, pero a estas alturas eso me tenía sin cuidado. No obstante, me embaracé y mi precaria situación se transformó en una pesadilla. Ramón comenzó a celarme constantemente llegando, en ocasiones, a desconocer su paternidad. Está de más señalar que me golpeó muchas veces. Todo esto hizo que me sintiera condicionada al temor de las amenazas de suicidio y a la certeza de que éstas tomaran forma real. Con tantos temores y problemas me era imposible tomar decisiones definitivas.
Ahora me siento valerosa, pues fui capaz de no ceder y enfrentarme a él después de una discusión con golpes de por medio y opté por dejarlo. Salí corriendo a la calle y le amenacé diciendo que si a mi regreso él aún se encontraba en la casa, yo daría cuenta de inmediato a carabineros y a la justicia.
Mientras me alejaba dejé atrás los gritos de Ramón que amenazaban con el suicidio y comencé a revivir. Los vecinos miraban sorprendidos tras las cortinas de sus ventanas sin intentar siquiera involucrarse o preguntarme qué sucedía. Creo que ya estaban cansados de nuestros constantes escándalos, no les guardo rencor. ¡qué más podía esperar!
Retorné sola, luego de unas horas. No quise aceptar compañía alguna, aún sabiendo que podía encontrarme con una desagradable sorpresa. Frente a la puerta de mi casa dudé, imaginando los probables escenarios que podría encontrar ahí dentro. Por mi cabeza pasaron un sin numero de situaciones y la más improbable era que Ramón hubiera abandonado la casa. Sin embargo, me armé de valor, introduje la llave en la cerradura y empujé lentamente la puerta. Jamás había reparado en el sonido chillón de ésta, ahora mis sentidos exacerbados captaban sensaciones amplificadas por el miedo y la incertidumbre. Todo estaba en calma, al parecer Ramón se había marchado, tendría que cambiar la chapa del portón y puertas.
Pese al miedo que se albergaba en mi interior, avancé por el comedor mirando atentamente en todas direcciones, luego ingresé al corredor que comunicaba con el cuarto principal, la puerta estaba apenas entreabierta. En ese momento sentí náuseas y un calor intenso en mi rostro, corrí hasta el baño. Vomité tanto, que algo verde y amargo fue lo último que vi antes de desvanecerme levemente. Recuperé fuerzas como pude, me encontraba en una situación de extrema vulnerabilidad. No supe si el malestar era producto del embarazo o del nerviosismo propio de esta experiencia.
Ya más calmada lavé mis manos, mojé mi rostro, sintiendo un pequeño alivio. Bebí agua para intentar quitar el amargo sabor de la hiel y luego salí del baño caminando despacio por el pasillo. La puerta de la habitación estaba completamente abierta, me preguntaba si mis nervios nuevamente me jugaban una mala pasada, pues estaba segura de que momentos antes se encontraba cerrada. Al llegar al umbral del cuarto, asomé lentamente la cabeza sintiendo terror de lo que pudiera observar. No me equivoqué. Sobre una silla se encontraba Ramón completamente desnudo y ensangrentado, con una cuerda alrededor del cuello, de las muñecas se derramaba sangre y en su rostro se dibujaba el dolor de lo que estaba por hacer. Me dijo que yo lo había forzado a tomar esa decisión, y que tendría que arreglármelas sola con el hijo que llevo dentro; luego de eso saltó quedando colgado a centímetros del suelo. Corrí para socorrerlo y tomé sus piernas con todas mis fuerzas, éstas se movían frenéticamente con espasmos brutales, pese a ello logré controlarlas y evitar que la agonía se prolongara. Oía a Ramón balbucear con un sonido gutural entrecortado. Sólo debía acercar la silla para que posara nuevamente sus pies en ella, sin embargo, algo me frenó y en mi mente surgió una idea inimaginable, como si oyera una sugerente voz en mi interior.
Dejé de sostener a Ramón. Inmediatamente él comenzó a patalear y a emitir sonidos enloquecedores, se asfixiaba irremediablemente. Retrocedí un par de metros y observé embelesada la horrible escena que se presentaba ante mis ojos. Inesperadamente todo llegaba a su fin, el matrimonio, el sufrimiento, los maltratos y por supuesto la vida de Ramón. Mientras su cuerpo se aquietaba luego de los últimos estertores, pensé en que ésta fue la única forma de deshacerme definitivamente de él. ¡Mi conciencia estaba tranquila, no hay nada que temer, me decía mientras reía fríamente. No había tiempo que perder, debía llamar a los carabineros para comunicar lo acontecido, les diría que al llegar a casa lo había encontrado colgando muerto. Tomé el teléfono y actué hablando con la mayor consternación, aunque pude ver ante el espejo del buró, que el brillo de mis ojos reflejaba otra cosa y que el amargo sabor en la boca, sabía a una agradable y esperada serenidad.
Ilustrado por Andrés Ávila.